Tres bolas de fuego pasando de tu mano izquierda a su vecina, en lo que comúnmente se conoce como juegos malabares. Apenas notas el roce del intenso calor, ni como prenden esos pelillos como si fueran mechas precoces de petardos. Pican un poco, pero es bien sabido que sarna con gusto… Lo importante es pasárselo bien, sonreír y entretener al público.
De pronto, unos chavalillos haciendo el tonto te tiran piedrecillas adrede para que pierdas la concentración y lo consiguen. La primera pelota se queda más tiempo del recomendado acurrucada en tu mano y te desprendes de ella como si fueras un lanzador de béisbol. Rompe el cristal de una tienda y ropa de temporada empieza a arder, disgustando a un grupito de mujeres que tenían pensando pasarse por allí en breves. La dependienta se desmaya, pero nadie se da cuenta. Una compradora compulsiva la despierta histérica, pues no sabe que ropa le sentaría mejor y no hay mucho tiempo para pensárselo.
La segunda bola acierta en la cabeza del que parece el cabecilla responsable de tal espectáculo. La tercera duda, pero rápidamente se una a la anteriormente dicha, pues tiene un muy buen ejemplo a seguir. Que malignamente satisfactorio sería decir que has creado una antorcha humana, pero tan solo has dejado calvo a un joven de 17 años. Un cubo justo a tiempo detiene el curso natural del fuego, que bailaba un mambo cerca ya de las cejas. Evidentemente, su padre, en cuanto reacciona, decide que tú no serás menos: si el chaval ha estado rojito en la punta, tú estarás a punto de ahogarte en un rojo charco. Durante el proceso de creación de dicho charco, te deja de recuerdo tantos morados que podrían confundirte con una aglomeración de racimos de uva. De hecho, desde fuera la escena parece una lección de cómo se hacía el vino antaño, pero el fornido progenitor propicia enérgicas patadas en vez de pisarte.
Luego, en casa, mamá te mira de reojo y te pone algunas tiritas de ésas que todo lo curan. La rutina sigue su curso, y te pregunta qué tal ha ido la actuación. Ha sido como las demás, muy vistosa.
A veces piensas en dejar los malabares, pero necesitas el dinero. Ah no, que no te pagan. El masoquismo tiene nueva cara.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna compradora compulsiva la despierta histérica, pues no sabe que ropa le sentaría mejor y no hay mucho tiempo para pensárselo
ResponderEliminarXDDDDDDDDDDDDD