Sabes que te sientes frío cuando te abrazan y no sientes nada. Ni una pizca de calor humano, ni siquiera un sentimiento de empatía o de desahogo. Nada más que una presión, un tacto de ropa colorida que quiere abrir sus puertas a tu corazón, pero tú las cierras por miedo a que las lágrimas desborden tu piscina de lágrimas. Sería indignante que cuidadosamente te encargues de siempre apurar en el riego de perlas líquidas y venga alguien y al son de “Bomba va” deje el suelo más perdido de lo que ya lo estás tú.
No es la primera vez que alguien intenta tirarse en mi piscina, y alguno lo ha logrado, para que engañarnos. Luego, siempre queda esa sensación de “Mierda, el suelo está por fregar”. Ya lo se, las piscinas están para disfrutarlas, para sacarles provecho. Pero a veces me embriaga un sentimiento de no querer ensuciar a los demás con mi cloro. Cada uno ya tiene suficiente con su cloro…
Pero, a pesar del pesimismo inicial, las personas están hechas para compartir, ya sea algo podidamente bueno o… una piscina. Y si no te lo crees, prueba a tapar tu piscina y poner al lado un cartel de “Peligro, piscina”. Si lo haces, comprobarás al cabo de un tiempo que, a parte del encarcelado líquido, han nacido en este medio asquerosos seres vivos que no hacen más que afear y contaminar tu preciada piscina.
Así que la próxima vez, encárgate de corresponder debidamente ese abrazo.
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