Con los ojos fijos en el balcón y el pensamiento en el aire fresco que éste representa en primavera, Marta oye las noticias sin enterarse de nada realmente, preocupada por no ser de ésos que nunca les presta atención y están aislados del mundo en el que viven (como si hubiera otro mundo del que poder aislarse). Por eso, cuando su ensoñación se ha visto interrumpida, su corazón se ha acelerado de forma exponencial y vertiginosa.
-¡Otra vez; otra vez igual! –vocifera su compañera de piso, por lo visto convertida repentinamente en irritado ogro de las cavernas. Por cierto, se llama Júlia, Júlia Ramiro Laertz. ¿Ninguna duda al respecto de la procedencia del segundo apellido, no? Sigamos.
-¿¡Qué!? ¿Qué te ocurre esta vez? –Y mientras se pregunta por lo que le ha sucedido, esperando que sea tan importante como para merecer interrumpir su sagrado descanso, va hacia la cocina a examinarla personalmente, en pos de verificar que no haya daños irreparables.
Cae una lágrima del ojito derecho de Júlia, seguida por otras dos que eran demasiado tímidas como para encabezar la exploración. Mueren instantes después en el fuego encendido que ya -tamaña osadía- nadie vigila. Marta lo apaga de inmediato; se pone delante de su amiga; le toma sus manos entre las propias, acariciándolas con suavidad.
-¿Ha vuelto a enfadarse contigo porqué has quedado con un amigo? –piensa en voz alta la que sin mucho éxito intenta consolar a la que en principio llora- Es que… es que no deberías estar con él. Ya sé que le quieres mucho y todo ese rollo del amor y su llama inextinguible que todo lo supera y perdona, pero créeme cuando, como amiga, te digo que hay un límite. Lo hay, ¡y lo sabes! ¿Por qué dejas que torture así? ¿Por qué te torturas a ti misma?
Júlia, que intentaba sin éxito interrumpir a su amiga, la Júlia que antes sólo tenía los ojos ligeramente húmedos, empieza a hacer pucheros mientras busca con la mirada una silla donde poder sentarse para liberarse así de un peso, quizá, ingenuamente piensa, para sentirse mejor. Marta le acerca la más cercana, mientras prosigue con su devastadora ayuda.
-No… no parece que sea eso, ¿no? –y suspira.
-Es que si te soy sincera… ¡hip!
-Ay, ¡calla, calla! ¡¡Se han divorciado tus padres!! Tienes que pensar que es mejor que estén lejos uno del otro para ser felices que no que se lancen platos el uno al otro… ¡ni que fueran malabaristas! –su compañera de piso siempre había admirado su capacidad para desviarse de un tema, sin volver a él excepto si el azar decidía reunir toda su capacidad memorística en torno a un momento de repentina brillantez- Qué desperdicio, porqué como ya sabrás, esos platos costaron una fortuna, que te acompañé a comprarlos. No me acuerdo de la marca, pero el oro de los bordes era auténtico, y no pintado, ¿eh? Si lo llego a saber nos los traemos para el piso, ¿eh? Pero, ¡ay, perdona! Que soy un poco maruja y olvido lo importante… Lo que te decía: mejor separados y felices que juntos pero deprimidos.
A estas alturas, a la paciente le resbalan abundantes lágrimas, está sentada en el sofá y cabizbaja. Tiene un molesto hipo, para acabar de rematar la situación que ya de por sí está muerta, en relación a la sobreestimada felicidad. No hay signos de progresos, ni grandes ni chicos; incapaz de hablar, niega repetidamente con la cabeza, asaltada en cuerpo y alma por el mal que le impide pronunciar dos palabras seguidas.
-¿Has vuelto a suspender entonces? ¡No pasa nada, mucha gente suspende!... Mucha, mucha. Tu carrera es difícil, no es nada nuevo. Yo te veo más haciendo un FP, ¿sabes? –aguas torrenciales hacen pensar que haría falta un cartel de “Suelo resbaladizo”, cada vez llora con más fuerza, cada vez está más desfallecida- La gente se gana la vida muy honradamente con los FP’s, y ganarías más dinero que con la carrera, y sin desperdiciar 4 años y encima todo el gasto que supone…- el silencio que acompaña a un signo gestual que posiblemente aluda a que debe cerrar el pico la interrumpe.
-¡Sile… ¡hip! silencio! Sé que tu intención es buena, pero si –el pantano vuelve a estar sellado, su hipo lo imita poco a poco- pronuncias una sola pa… ¡hip palabra más antes de que me explique, cojo el cuchillo jamonero y te corto a cachos hasta que pueda hacer de mi obra de arte sádico cientos de pinchos. Es más, la salsa no sería barbacoa; se parecería al kétchup sólo en el color… ¿me explico? Y todo esto se lo comerían tus padres y luego les revelaría la verdad. Tampoco acabaría ahí la cosa, porque lo grabaría todo en un video para gozarlo en la posteridad; también para enseñarlo al resto de la familia si sobreviviera a mi “infundada” manía homicida. ¿¡Entendido!?
Marta, ojos como platos, afirma lenta y cautelosamente. La boca abierta de modo que no entraría una mosca; entraría el matamoscas entero –malpensar, malpensados. La nariz se contrae y dilata como el corazón de un colibrí, y si tuviera una bolsa a mano no dudaría en hacer respiraciones de ésas tan típicas de los “¡vamos a morir!” de las películas de falsas alarmas en aviones y pánico que cunde por mucho que las azafatas se opongan a él con toda su energía. La otra prosigue.
-Ya sé que soy una imbécil por seguir con Carlos, no necesito que me recuerdes cómo de desgraciada soy. Me siento ridícula por tener que decir que me doy contra el pomo de la puerta cada semana, que al principio lo hacía sin querer pero que ahora le he cogido el gustillo. ¡Lo sé perfectamente! –llora y grita al mismo tiempo, ¡qué drama!
Tras unos segundos de silencio, la descarga eléctrica continúa, desahogando a una y paralizando a la otra.
-También sé que mis padres estarían mejor separados. Se pegan, ¡se pegan! El otro día intenté separarlos y… ¡y acabé con los dos ojos a juego! Me puse en medio para intentar separarlos, cosa que, mediante esfuerzos físicos aquella vez o mediante argumentos otras, es lo que llevo intentando desde hace tres puñeteros años. Ah, ¿y cómo más me has intentado animar? Las notas, claro. Si así me consuelas, maja, espero que nunca te cabrees conmigo y me pilles con…- hace un puño con la mano izquierda, incapaz de canalizar verbalmente su ligero malestar por unos momentos- Las notas… ¿eh? Me gustaría verte, a ti, que vives la vida tan feliz con tus exigentes, exasperantes y harto complicados dos sudokus de las mañanas, del difícil no hablemos, que al no ser de inmediata resolución lo dejas por imposible. Me gustaría verte a ti, que luego te pasas el día vagueando, buscando un trabajo perfecto que, dada tu nula experiencia y tu insuficiente título de la ESO, nunca encontrarás. A ti, querida compañera de piso, me gustaría verte haciendo estas carreras técnicas tan “sencillas” que cada vez tienen “más” futuro y son más “sencillas”- la mano hace las comillas para que quede clara la ya visible ironía, viendo uno su cara.
-Yo… yo… Me siento fatal. Lo siento mucho, no creí que te pusieras así pero… ¿sabes qué? Sea lo que sea lo que te hiciera llorar antes, he hecho que te olvides de ello, ¡sé positiva! -e intenta abrazarla en un intento desesperado de reconciliarse con una compañera tan llorona como punzante mediante la palabra exclusivamente, de momento.
-Eso es lo que es peor. Lo que me hacía llorar, amiga mía, ¡oh, gran pitonisa, diosa de la adivinación! era una simple, única e insustancial cebolla. Yo… te mato; empieza a correr- y efectivamente, se apodera del susodicho cuchillo jamonero.
Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado, en el pálido busto de Palas que hay encima del portal; y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará...¡nunca más!.
Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. -Ernest Hemingway.
Love one another and you will be happy. It's as simple and as difficult as that. - Michael Leunig.
Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. -José Ortega y Gasset.
Love one another and you will be happy. It's as simple and as difficult as that. - Michael Leunig.
Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. -José Ortega y Gasset.
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