Dado que al final no se realizará ningún certamen de relatos, he optado por subir aquí el mío. En concreto, esta historia surgió al pensar que debía escribir algo desenfadado et non-deprimente. Su señoría, aún así, consideró que las bromas eran defectuosas. Juzgad vosotros mismos.
El día que cambiaron la hora, él se quedó dormido.
Despertó a la mañana siguiente con una luz que le era conocida, alargó la extremidad flácida y apagó el reloj de El señor de los anillos, cuyas agujas eran un hobbit y un orco que se daban de leches cada hora en punto.
Se vistió, olvidando un par de botones, se cepilló los dientes, manchando de pasta de dientes la comisura de un labio, bebió un vaso de agua tibia que casi le hace vomitar y salió hacia el instituto. Quince segundos más tarde volvió a entrar porque había olvidado la maleta.
En clase nunca atendía. Tampoco entendía por qué su compañero de pupitre se ponía tieso cada vez que entraba el profesor en el aula y se mantenía así durante los cincuenta minutos que duraba la lección. Una vez tuvo que mirar al profesor a la cara (¡a la cara!) porque sonaba una música en clase que salía, sospechosamente, del iPod sin apagar en su mochila.
Aquel día no había nadie en el aula. De hecho, no había nadie en el instituto. Los muy... no le habían avisado de que era fiesta ni nada parecido. Maricas. Tensó los hombros y los relajó en un suspiro entrecortado. Dio media vuelta y desayunó sentado en el parque de su calle. Miró su reloj: eran sólo las nueve y media.
Tenía ocho horas para viciarse a juegos en el ordenador.
-¡Muere ya, puto elfo nocturno!* -gritaba Mike a punto de perder la vida. Es sólo una tonta metáfora, por supuesto.
Frodo le indicó que su madre estaba a punto de llegar. Apagó la pantalla y sacó los deberes puestos por él mismo, claro, dado que no existían los del día.
Y esperó sentado... Ninguna madre entró por la puerta. Pasados veinte minutos, cayó en la cuenta de que aquello era anormal, de que su madre jamás llegaba a casa pasada media hora de salir del trabajo. De modo que, antes de que se le quedara pegado el lápiz a los dedos y su columna se petrificara en aquella estúpida postura de concentración, cogió el móvil –ese día todavía tenía saldo- y contempló el número de su madre.
¿Y si no respondía? ¿Y si había sufrido un accidente y el móvil le decía que el número al que llamaba no existía, o estaba fuera de cobertura, o estaba ocupado en ese momento, o había sido engullido por un leprechaun furioso?
Llamó a Porqui, de nombre real Roberta, para preguntarle si había visto a mamá.
-El número al que llama ha sido engullido por un leprech-
Mierda. Ahora no podía contactar con su madre. Lo mejor –en lugar de quedarse tranquilo en casa esperando que su madre entrara probablemente un poco más tarde por la puerta- era salir por los mundos de Dios a buscarla.
-Verá, señor policía...
Lo que sigue es una estúpida explicación que provocó las risas de los tan respetables agentes de la autoridad. Todo lo que consiguió fue que le enviaran a casa, cosa del todo sensata. Pero no. No y no. Mike decidió que no se iba a rendir, era su momento para ser un héroe. Y de esa guisa y con esa cara de bobo atontado que ponen los profesores cuando intentas formular una pregunta que va más allá del “no lo entiendo”, salió disparado de la comisaría camino de alguna parte, aún indeterminada. Llamémosla apeiron.
Ni debajo de las piedras estaba la señora. De todas formas, no cabía.
Qué hago ahora, se preguntó; es la pregunta universal. Consultó la hora: las siete y cuarto. Ya había visitado todos los lugares en que su madre podía encontrarse: un hospital, un bar, un motel, un supermercado... Tenía dos opciones: volver a casa y comprobar si ella estaba allí o seguir vagando sin ningún sentido.
¿Qué hace un ser humano corriente en una situación como ésta? Exactamente lo más descabellado. Cojonudo.
Con su escudo y espada imaginarios, Mike se abrió paso entre callejones cada vez más oscuros, desde donde no pudo ver cómo se ponía el sol. Su mentalidad de cuatro años no tuvo tiempo de reaccionar cuando, entre mandoble y mandoble, una farola se interpuso entre su muñeca y el aire. Adiós reló.
Por si no fuera poco, un cartel le avisó de que el juego que él quería salía a la venta ese-mismo-día. ¡Coito mental! Debía acudir presto al centro comercial más próximo, pero tenía un problema. No me refiero al obvio -¿a quién le importa una madre en apuros?-, sino al simple, elemental, habitual pero terrible y maquiavélico hecho de que no tenía ni un dichoso centavo.
Rápido, solución: prostituirse.
No, esa no.
Mendigar.
Tardaría demasiado en reunir el dinero...
Robar.
Debía dejar de jugar a Grand Theft Auto.
Al final se le ocurrió una idea no tan básica. Comenzó a rebuscar en un contenedor de basura con la esperanza de encontrar el objeto de su deseo. Voilà! Un sillín de bicicleta roto y oxidado. Sillín en mano, se posicionó en un punto de la avenida que le otorgara buena visibilidad para acechar a sus presas. Quieto como una farola que acaba de parir, se quedó esperando incluso cuando comenzó a llover a mares y se caló hasta el carné de identidad, hasta que un brillo en sus húmedos ojos le indicó que su caza había concluido.
Tatuajes en toda parte visible del cuerpo, piercings sirviendo de colador y greñas y chándal míticos: no cabía duda, era su macarra ideal.
Un toquecito en la espalda y ya la había liado, que quién es tu papi, que si quieres morir, que si te voy a rajá... toda una sinfonía patatil. O patatosa. Pero lo que él quería era un trueque. Con tal astucia, consiguió que el matón carente de infancia obtuviera su tan ansiado inútil premio a cambio de una cadena de oro falso.
Podría entretenerme escribiendo todos los detalles con que Mike realizó sus trueques, pero eso no pesa una mierda en esta historia. Así que pasemos directamente al próximo punto de interés:
Al final, Mike vendió una radio de los años veinte por la cantidad dinerosa de 50€ (no me preguntéis cómo lo hizo). Miró su muñeca y... ¡Sí! Era idiota, no recordaba que su reloj no funcionaba. El cielo estaba añil, señal no demasiado favorable, todo sea dicho.
Con el fajo de billetes, corrió al Corte Inglés como alma que persigue un cura pedófilo.
Con el lío de horas que llevamos aquí, el chico ya no sabía cuánto faltaba para que cerraran los grandes almacenes, pero se arriesgaría.
Había mucha gente –casi tanta como cuando empiezan las rebajas- gritando y balando por todo. Eso debía significar que no cerraban el comercio todavía, por lo que subió tranquilo y con tiempo de sobra a la planta de videojuegos. Se entretuvo mirando tostadoras, esos cachivaches malignos que atraen poderosamente a uno cuando le ven, pero luego despertó de su maleficio y lo vio. Ese juego. El puto juego. Ya es mío, se regodeó. Alargó la mano para cogerlo y entonces le dio un apretón. Caminó patizambo hasta los baños, donde se desahogó en el retrete contiguo al de un hombre que tarareaba La donna è Mobile al ritmo de sus pedos. En fin...
Cuando consiguió su propósito, el pasillo estaba desierto.
-El Corte Inglés le informa de que cerrará sus puertas en cinco minutos, gracias. –dijo la señora robótica.
¡Por las barbas de Merlín! Debía encontrar una caja enseguida. Apresó el juego entre sus manos y localizó un mostrador a varios metros, pero nadie atendía. Igual en toda la planta. Como era muy sensato (cosa que ya hemos podido comprobar) se quedó esperando quietecito durante cuatro minutos y treinta segundos. Incluso tuvo tiempo de que una mosca se introdujera por su nariz y saliera por su oreja.
Entonces reaccionó. Decidido a robar el videogame, bajó a saltos las paradas escaleras mecánicas, a su espalda las luces se iban apagando, oía cada vez con más fuerza cómo se cerraba la compuerta de entrada. Su grito deformado por llevar el producto en la boca no lo escuchó nadie. La barrera difuminada terminó cerrándose por completo mientras sus ojos sólo enfocaban la carátula que decía “Minecraft, especial pirómanos”.
Se dio una hostia contra el suelo. Ahora estaba solo en un centro comercial, sin guardas de seguridad, sin padres, curiosamente sin alarma y con un montón de productos chachis.
Pero estaba a oscuras, de noche, en silencio, en un espacio enorme que no conocía. Solo; completamente solo...
-¡Mamááááááááááaaa...! –pero ni siquiera había eco.
Tres horas más tarde, recostado contra una nevera, devoraba unas palomitas hechas con un microondas de la planta de hogar. Se rascaba el culo un momento y se sacaba un moco al siguiente; total, no le veía nadie. Ni él se veía.
Un fuerte sonido.
Sobresaltado, se abrazó al cuenco de cristal como si este le pudiera proteger. Cuando escuchó y no consiguió percibir ningún tipo de movimiento, se puso en pie y caminó a tientas, asesinando maíz. Alargó la mano y tocó la linterna, que se encendió proyectando una luz redonda, titilante y amarillenta al frente. Enfocó rápidamente diferentes puntos, como intentando evitar descubrir algo. Debería haber cogido pañales...
Bajó a trompicones al piso de juguetería. Oyó voces:
-Nos ha oído, gilipollas.
-Te digo que no, capullo.
-¡Sí, os he oído! ...Lo siento
-¡Joder!
-Bueno, ya da igual...
Al final su linterna enfocó a dos personas encapuchadas escondidas detrás de una pila de Barbies derrumbada. Eran un chico y una chica y, a juzgar por sus vestimentas, iban vestidos de ninjas.
-Queríamos vivir una auténtica experiencia oriental –confesaron.
-¿Sabéis lo que es el ramen...?
Hablaron sobre buscar una salida, pero era inútil. También hablaron de jugar al escondite, pero era una tanto absurdo. Nunca está Harry Potter cuando lo necesitamos.
Al final, no les quedó otra que esperar sentados a que abrieran los almacenes. Se pusieron de acuerdo e idearon un plan para salir de allí sin que el personal supiera quién se había encargado de esparcir nata montada por toda la sección de perfumería.
Las siete y media... las ocho... las ocho y media... sí, oh sí, las nueve.
Las nueve... las nueve y diez... las nueve y cuarto...
Mierda.
Era festivo.
*Referido a los elfos de noche del Wow.
Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado, en el pálido busto de Palas que hay encima del portal; y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará...¡nunca más!.
Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. -Ernest Hemingway.
Love one another and you will be happy. It's as simple and as difficult as that. - Michael Leunig.
Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. -José Ortega y Gasset.
Love one another and you will be happy. It's as simple and as difficult as that. - Michael Leunig.
Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. -José Ortega y Gasset.
No sabía que era un leprechaun >.< Que bueno lo del ramen... xD
ResponderEliminarPD: Ya te vale, a la madre bien olvidaíca que la tienes al final, ¿eh?