Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. -Ernest Hemingway.


Love one another and you will be happy. It's as simple and as difficult as that. - Michael Leunig.

Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. -José Ortega y Gasset.

domingo, 31 de octubre de 2010

Te veo mañana

Sé que no es la mujer de mi vida –dijo-. Entonces, ¿Qué vas a hacer? –Le preguntaron- ¿Buscar hasta dar con otra? Efectivamente –respondió- pero temo que no me entiendas; yo hablo de vida, no de mujer.
Estaba concentrado en su respiración y eso le volvía dependiente de ella; no podía dejar que simplemente ocurriera. O engullía oxígeno conscientemente o nada entraba por su garganta. Tenía que entretenerse con algo para poder obviar aquella necesidad y permitir que se volviera mecánica otra vez.
Chapuzón, salpican gotas. Cada una de ellas brilla de un modo diferente al ser traspasada por los rayos del sol, hoy oblicuos. En una de ellas se pueden ver dos personas, encerradas en un espacio infinitamente definido, dos personas existiendo al revés. Una de ellas tiene gripe y hace noches que no duerme bien. La otra, más jovial, no tiene tiempo para pensar en ello. Juntos, caminan por la gota de agua. Hace frío, y el enfermo coge del bracito a la dicharachera. Ella, con su brazo libre sostiene un simple bocadillo de mermelada. Va dándole mordisquitos mientras habla y sonríe y derrocha las migas, expulsándolas de su boca involuntariamente. De golpe, entre palabra y palabra un bocado infructuoso se desvía por el conducto equivocado y ella comienza a toser y a toser, como si estuviera enferma. El enfermo se alarma y tras unos segundos de miedo total logra ponerse en movimiento; impacta con su mano y con fuerza contra la espalda dicharachera y libra su tráquea del inquilino indeseado. Ella sonríe y habla y tose un poco más y le da las gracias entre suspiros. Luego, cogiéndolo del bracito otra vez, le susurra palabras de amor y de desgracia.
Hace frío, ¿verdad? –Dijo ella y él le prestó sus guantes-. Siguieron deslizándose por la gota hasta llegar a la ternura, y una vez allí, amainó el sol y el frío tampoco no vino. Se apagaron los aires acondicionados y la temperatura se volvió neutra. Ella se despojó del regalo y le habló de su madre y sus hermanos y sus incontables primos y él escuchó sin otitis ni perdón. Aguzó el oído y escuchó atenta, concienzudamente. Escuchó y no sólo prestó atención sino que entendió y comprendió. Así que te sientes sola e incomprendida.
Obviaron el calor de la pasión y se dirigieron hasta el morado esperanza, hasta el morado del adiós, hacia el morado del temor. Entonces yo no puedo hacer nada, lo siento. Ella le dijo que conocía qué era querer y se lo explicó. Él la entendió pero no compartió su opinión. Habló de que cuando menos lo esperas aparece alguien nuevo y descubres que antes de ese alguien nada ha sido amor. Ella dijo qué bonito, pero no lo creyó de corazón ni de cerebro ni de vista, porque interrumpió el contacto visual.
Es una lástima que no vayas a quererme –pensó él en voz alta-. Me parece casi una pérdida de tiempo que alguien vaya queriendo por ahí sin consultar al amado en cuestión. Me sabe mal –dictó ella lacónicamente-. Tampoco soy yo la que he decidido que sea irracional y que justamente no me ocurra contigo. Tienes razón.
Así que siguieron andando un ratito más hasta que llegaron a la música y entonces él estuvo contento de haber encontrado algo en lo que depositar su fe, y ella aprovechó para correr rápidamente en dirección opuesta y desaparecer de su campo de visión, para nunca volver.
Pero volvió, volvió porque se le había caído la bufanda por el camino; volvió y pidió perdón y se excusó: es que me la regaló alguien que me quería de verdad, alguien que haría todo por mí. No es que tú me quieras menos -añadió- pero él siempre tuvo los ojos azules y lo demostró. Quizá sencillamente tú te hayas equivocado de mundo.
Y entonces se marchó para nunca volver.

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