Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. -Ernest Hemingway.


Love one another and you will be happy. It's as simple and as difficult as that. - Michael Leunig.

Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral. -José Ortega y Gasset.

miércoles, 22 de junio de 2011

Saludos que huelen a quemado

Uno, dos, tres, cuatro errores decisivos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis discusiones fuertes. Una, dos nuevas oportunidades. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho,... trescientos sesenta y cinco días desperdiciados.
Cuentas una y otra vez, repasas sin parar la historia, desde que abres los ojos hasta que los cierras en brazos de Morfeo. Historia es precisamente lo que es, nada más, porque lo pasado se queda donde estaba, se hace el seguimiento necesario y después la parte de la mente encargada de filosofar se lleva la peor parte. Aunque la historia influye en los hechos que deban desarrollarse posteriormente, puesto que comparte con ellos nuestra esencia humana y desorientada, ésta no se puede rescatar. Lo único que se puede hacer es dejar constancia de ella, cosa que puede hacer el más astuto del mismo modo que el más simple, para que personajillos posteriores miren lo que otros hicieron y rían a su costa.

Una noche, me disponía a cenar con mi familia. Mi padre y yo, de forma poco habitual, éramos los anfitriones, por lo que debíamos llevar a cabo todos los preparativos. Él me pidió que encendiera las velas del patio, de modo que cogí una caja de cerillas, saqué una, la prendí, encendí la primera vela y soplé para apagar el fósforo. Así, repetí la misma operación hasta que quedaron encendidas todas las velas menos una. Cuando mi padre vio el montón de cerillas usadas que había dejado sobre la mesa, me regañó como se regaña a un bebé, esto es con cierto tono humorístico, cogió una cerilla usada, la prendió con una vela encendida y alumbró el cirio que faltaba. Recuerdo que me asombré de su truco, como si fuera una peripecia. Pero al final llegué a la conclusión de que él y yo no pensábamos de igual manera: él era más simple y yo, más compleja, era menos eficaz.

¿Por qué explico esto ahora? Pues porque está relacionado de forma completa con los hechos que, irónicamente, se han deshecho en mi vida recientemente. Hace dos meses, terminé una relación con la persona que más he querido. Las causas inmediatas no me interesan ahora, pero sí lo hacen con mucha fuerza las causas profundas. Y una de ellas es precisamente la metáfora de las cerillas. Yo llevaba mucho tiempo comportándome de la misma manera, encendiendo cada vela con el mismo ritual, teniendo un camino mucho más fácil a mi disposición, pero no pudiendo verlo, porque cambiar la forma de pensar de uno mismo es de las tareas más complicadas que hay. Para cuando descubrí lo que hacía mal, otro encendió la vela por mí. Como en mi relación, fue demasiado tarde.

En cualquier lugar del mundo, ahora mismo, hay personas enamorándose, personas rompiendo, las hay también encendiendo velas ajenas...
Mas aún conservo la caja de cerillas, está en el tercer cajón de la cocina. Y cuento cuántas hay de vez en cuando: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis,... infinitas esperanzas.

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